Oración de una afligida viuda

En el altar mayor de la hermosa Parroquia de la risueña y agradable ciudad de San José Iturbide Guanajuato, se encontraba de rodillas doña Lucrecia, adalid de la iglesia y presidenta ad vitam de la piadosa congregación Hijas de María. Vestía ropas de luto y oraba en alta voz con gemebundo acento: “Señor, encomiendo a tu infinita misericordia el alma de mi esposo. He sabido que fue un mujeriego. Acabo de enterarme que se gastó en sus aventuras amorosas el dinero que habíamos ahorrado para la educación de nuestros hijos. También apenas ayer supe que tuvo un romance con mi mejor amiga. A pesar de todo, Señor, te pido que le perdones sus pecados”.
El padre Coruco oyó las deprecaciones de la señora y solícito fue hacía ella.
—Dime hija —le preguntó con paternal solicitud a su importante feligresa—. ¿Cuándo murió tu esposo?
Respondió la mujer con ominoso y rencoroso acento:
—Mañana.
2 comentarios
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Ma.Emilia Fuentes Burgos
Mi querido Héctor:
Y he llegado! Y con una gran sonrisa al encontrar mis amigos queridos en esta nueva red, extensión de “Club Literario Cerca de Ti”. Aquí ando tratando de familiarizarme con el formato, ya que dista mucho de lo que estaba acostumbrada, pero bueno ya aprenderé, verdad?
Celebrando tu jocosa publicación, que tal vez me esperaba, te envío un gran abrazo y sigámosle que aún falta mucho para tirar la toalla, o, la pluma. Gracias por estar Maestro.
Que tengas un lindo día.
Héctor
Mi querida Emilia:
Gracias por tu comentario. Por aquí seguiremos. Un abrazo.