Esta web utiliza cookies, puedes ver nuestra la POLITICA DE COOKIES, , o
Política de cookies
Club literario Cerca de ti


Club literario El rincón del caminante

El verdadero significado de la Navidad

Mostrando 0 respuestas a los debates
  • Autor
    Entradas
    • #1447
      Pilar Remartínez
      Superadministrador

      elverdaderosignificadodelanavidad

      Publicado por Pilar Remartínez Cereceda el diciembre 10, 2015 a las 11:38am en Los mejores relatos sobre la Navidad

      Ya se iba acercando la Navidad a la casa árbol de Carlos el huerfanito, las mangas le quedaban cortas y ¡qué digamos de la chaqueta!, que más bien parecía una taleguilla, Carlos, observó por séptima vez el reloj, en la última media hora. Un segundo antes de que hubiese mirado la hora, solo habían pasado tres segundos, justo eran las dos y media de la última vez que había visto su reloj.

      El viento soplaba muy fuerte, en aquel árbol que Carlos se había construido con unos materiales, que no permitían que dejase pasar el agua, pero sí el frio, hacía mucho fresco y la sensación era todavía más. El abeto donde se había construido su casa, medía aproximadamente unos veinte metros de altura, Tenía la sensación como sí se le congelara hasta la respiración, A Carlos le quedaba poco para la congelación, estaba demasiado paralizado para bajar del árbol para ir en busca de un poco de comida.
      Sacando fuerzas de flaqueza y olvidándose un poco del frío que le invadía, apoyó la escalera no de forma segura en el suelo cubierto del hielo, se atrevió a sacar una pierna al exterior hasta alcanzar la escalera que se encontraba a unos centímetros de lo que él había llamado puerta, y llevó sus tijeras de podar. Carlos recorrió todo el barrio pidiendo comida a los que habitaban calentitos en aquellas casas confortables, miraba por la ventana y contemplaba una gran chimenea calentando la casa por la noche. El sol se había puesto hacía media hora. En lo alto del abeto, Carlos tenía su hogar, desde allí todo se veía de un inmenso color blanco. Podía distinguir, la gran casa marrón de Encarna, sobresalía de la otra casa de ladrillo. Carlos se dirigió hacia el pequeño grupo de viejas casas donde vivían los Sánchez, con anterioridad habían vivido la familia Rodríguez.
      Encarna tenía plantado un huerto, ella quería mantenerse y alimentarse de lo que la tierra le diera. Se compró un tractor con hojas de sierra circular, todos los días trabajaba en su huerto, hiciera frío o calor, mientras Carlos iba granja por granja, se recorría todos los caminos.

      Cierto día Carlos vio un ser monstruoso con ojos saltones, esta visión, había consternado a Carlos por la fealdad que había descubierto en él. Pero era otro indigente que se protegía del frío dentro de las alcantarillas de la población.

      Sin embargo, para los habitantes de la población estas personas no existían, ellos llevaban una vida tranquila y feliz y no deseaban meterse en complicaciones, para estos individuos superfluos, la felicidad era tener mucho dinero en el banco. Las casas siempre estaban decoradas con bellos adornos de papel. A los niños y adultos les gustaba decorar sus hogares con papel crepé de colores.

      Encarna había decidido despedir al personal que tenía contratado en el huerto de su casa, en realidad ella no necesitaba una ayuda en la poda de la huerta, ella se había quedado sola desde que su marido falleció y para ella el huerto era más un engorro que un placer, pero cuando Carlos apareció delante de ella miró a Encarna y ella vio al niño tan perdido, que cuando él la dijo que no había tomado nada en más de una semana, Encarna se apiadó de él y acordó pagarle por cada día de trabajo y su respectivo alojamiento.
      Así que, aunque esa noche era víspera de Navidad, Carlos muy contento cogió lo poco que tenía en la casa del árbol. Porque no solo él no tenía parientes para que lo acogieran en sus hogares, sino que tampoco tenía dinero para estar en otro sitio.
      Y así, Carlos pasó la noche más maravillosa del año.

      Una vez en casa, Encarna encendió la estufa, en ella puso una lata de sopa, colocó agua para hervir patatas peladas y unas manzanas sin corazón para el postre.
      A pesar de que el ofrecimiento de Encarna había sido solo para ese día. Ese día le siguió otro y a ese otro y en seguida pasaron las noches y los días, y no podía ignorar un sentimiento tan grande por ese muchacho, era una sensación inusual, y se encontró colocando en la mesa de la salita del comedor, dos cucharas, dos cuchillos, dos vasos y dos servilletas.
      La sopa había empezado a cocer, Encarna cogió la cacerola sirvió la mitad en cada tazón. Esperó unos minutos a su huésped, porque la poda era la recompensa de un largo día que había producido un hambre voraz, y dando gracias a Dios por los alimentos que le había permitido disfrutar, en seguida Carlos se puso a devorar todo lo que había encima de la mesa, Encarna no podía aguantar la risa, todos los días pasaba lo mismo, pensaba ella, pronto terminaron la sopa. Pero no habían empezado con las patatas asadas rellanas con carne que ya estaban listas, y Encarna no quería que se quedaran frías, por lo que rápidamente cuando terminaron la sopa, cambiaron los platos y empezaron con las patatas asadas rellanas con carne; y cuando Carlos se había tragado el último bocado de las patatas, llegó el premio… El suculento postre de flan con nata. Mientras tanto el viento seguía golpeando sin piedad en la puerta.

      Carlos lavó los platos, la felicitó por lo rica que estaba la comida. Y aun así el silencio de la noche en el exterior se mantuvo intacto, salvo por el aullido del viento silbando por los huecos de las ventanas y por los alrededores de la casa.
      En el pequeño nido que había en el abeto de gorriones, se acurrucaban muy cerca de su madre que les arropaba cariñosamente con sus alas, el abeto era grande, y era un buen refugio. Hacía frío ese día, revoloteaban los mirlos entre los manzanos. Así que tuvieron que recoger rápido el alimento para sus pequeños para conseguir comida y quince horas de oscuridad dieran su fruto. Pero su día en el huerto había sido de mucho provecho, había servido no solo para su propia necesidad, sino con su compañía y alegría habían hecho mucho para alegrar, aclarar, y acortar los días al niño, que se encargaba de la poda de los árboles del huerto de Encarna.

      Carlos esa noche tuvo una extraña sensación, así que con mucho cuidado se puso las botas y los guantes, cogió la gorrita tejida de lana y se la puso hasta las orejas para que no que no se las quedara congeladas, y sin pensárselo, salió a buscar a alguien. La sensación que tenía Carlos, la impresión de que estaba esperando a alguien era tan fuerte que había decidido ir a buscar al recién llegado, pero y ¿si él no daba muestras que fuera a llegar? La tierra que el sol había calentado ligeramente durante el día, iba perdiendo su calor con el frío del invierno. Era tan quebradiza la nieve, que Carlos pegó un salto, en cada salto, se iba imaginando una playa en el mes más cálido. La luna, no se veía tan brillante, pero a pesar de que difícilmente podía ver las estrellas él continuaba. “Hace mucho frío” admitió que la noche era hermosa, sus pies lo llevaron al norte a lo largo del camino de la huerta, entre las dos largas colinas sobre las que el huerto se extendía como una colcha blanca con penachos grisáceos. El siguiente huerto estaba situado en el norte, era la granja de Pepe. Pepe se había levantado para dar de comer a las aves del corral, y cuando él vendió todas sus gallinas, había convertido su gallinero en un hospicio, una vivienda para ayudar aquellos que no tenían un techo donde cobijarse. Uno de estos hospicios construyo cerca del borde de su propiedad, justo al norte donde reside Encarna, y justo al oeste de los bosques. Se habían ocupado desde agosto Rosario y Manolo Hernández.
      Rosario fue la primera que se encontró con el muchacho. Se había dado cuenta de lo tranquilo que el joven estaba que parecía saber que el hombre no quería ser salvado con palabras vacías.
      La luz brillaba en la ventana de la cabaña de Manolo, pero brillaba también constante en medio de la montaña a un kilómetro de distancia. Allá hizo su camino, primero a lo largo del camino y luego subiendo por la montaña a través de la nieve, caminando llegó por fin a la deriva. Su mano enguantada golpeó ligeramente en la puerta, y desde el interior Rosario le pidió que entrara.
      El gran abeto presidía la casa, un águila en silencio, aleteó por el bosque. Después de haber comido por el camino, buscaba un lugar para encontrarse fuera del alcance del viento y comenzar a digerir su comida. Se deslizó silenciosamente en el abeto grande, y se posó en él. En la rama de abajo había una fila dormitando de gorriones. Con el impacto del águila desprendió algo de nieve, y uno de los gorriones cayó sobre los gorriones y uno de ellos cayó al alféizar muriendo en el acto.
      La primera cosa que notó Carlos cuando entró en la casa, fue un árbol de Navidad que llegaba hasta el techo. La segunda cosa que notó fue que la habitación era bastante fría. Pero la tercera cosa le hizo olvidar todo acerca de las dos primeras, era que un niño acababa de nacer, y no parecía tener más de un par de horas.
      El niño estaba en una cuna grande, alrededor de mantas. Un largo mechón de pelo negro le caía sobre la frente. La carita fresca estaba en calma, y profundamente dormido. Los padres se sentaron a ambos lados; sus rostros llenos de asombro y alegría, sujetaron las diminutas manos. En una cuarta silla había una estufa de carbón, dirigida con el fin de calentar a los tres.
      Cerraron suavemente la puerta y se dirigieron en voz baja a la cuna. Se arrodillaron con alegría y devoción, era un niño, a pesar de que su vida era soledad. Pero tan pronto como se puso de rodillas, se produjo un ruido sordo en la ventana.
      ¡Resucitó! Allí, en el alféizar de la ventana estaba dando saltitos el gorrión. Se maravilló hubiera después de caer del abeto y morir por el golpe, pero rápidamente Rosario abrió la ventana y comprobó que el gorrión estaba bien. El pequeñín voló hasta el abeto donde estaban sus hermanos. Por un momento el gorrión reconoció al niño y recién nacido lo miró con sus ojos pequeños y brillantes, y luego, pareciendo empezó a comprendió plenamente todo en la habitación, voló a la cuna, y aunque era diciembre, estalló en un canto de alegría, como pocas veces se ha escuchado un ave cantar de esta manera, incluso en la primavera.

      La Navidad realmente vino a nuestro pueblo esa noche, pero no vino en los coches lujosos. Llegó con el nacimiento de un recién nacido en medio de nuestro sufrimiento. Vemos esperanza en lo que este niño puede hacer. Su nacimiento ha resultado ser la historia universal, lo malo se convierte en esperanza, la esperanza que encontramos el Niño. Se ha producido un milagro, en la noche antes de Navidad, y, de repente, ya no estamos solos.

      Ahora sabemos que hay esperanza. He aprendido que la Navidad viene, a pesar de todas las circunstancias.
      La Navidad llegó incluso a nuestro pueblo esa noche.

      El verdadero significado de la Navidad

      CC by-nc-nd PIlar Remartínez

Mostrando 0 respuestas a los debates
  • Debes estar registrado para responder a este debate.