EL JUGUETE DE MI NIÑO

La semana pasada dejé en mi blog la dirección donde se puede descargar PARECEN MENTIRAS mi ultimo libro de relatos:
https://espanol.free-ebooks.net/ebook/Parecen-Mentiras
Abajo dejo uno de los relatos de este libro:
EL JUGUETE DE MI NIÑO Un relato de Navidad no es un cuento navideño.
Debía comprarle a mi nieto los juguetes antes de que se echara encima la Navidad. Se han puesto los tiempos de tal modo que si te descuidas un segundo, se agotan todos los juguetes punteros y tus nietos se quedan sin ellos.
Con el fin de conocer las ofertas destacadas de este año, mi nieto y yo disfrutábamos como enanos, días pasados, viendo por televisión la publicidad de los juguetes más novedosos de la temporada. Monstruos de diversas y horrorosas formas y colores amenazaban desde la pequeña pantalla despertando en nosotros antiguos pánicos sufridos en las más espeluznantes películas de terror de los últimos años.-Mira qué maravilla, abuelo: el “Hombre Invencible”. Dispara un “proyectil nuclear desfragmentador de largo alcance”.
Lo de “Hombre Invencible” lo pongo aquí en castellano, pero en el juguete venía en inglés, como Dios y los beneficios económicos mandan. El año pasado el mismo juguete se vendió como “Paco el valiente”. Así, como suena. Pero a pesar de estar mejor acabado que el de este año y tener un precio mucho más barato, entre el nombre, las instrucciones escritas en puro y duro castellano y que se veía a leguas lo de “fabricado en España”, los inventores del engendro no se comieron una rosca.Hay que ser bruto para poner “fabricado en España” en vez de “made in Spain” que, como todos sabemos, mola mucho más. Aunque uno, ceporro pueblerino, no sabía lo que significaba hasta que mi nieto con su mirada entre inocente y guasona me explicó:-“Meidinspein”, abuelo.
Luego, ante mi cara de estúpido monolingüe, me soltó algo así como “imbenseibolmen”, y con una expresión misericordiosa, que sólo se explicaba con la seguridad que tenía el puñetero de que mis ahorros de pensionista quedarían mermados de manera considerable ante sus deseos, se limitó a aclarar:-“Fabricado en España”, abuelo, este es el “Hombre Invencible”. Tú, de inglés, ni papa, ¿verdad?-My tailor is rich –respondí con una sonrisa triunfal.
-No te esfuerces abuelo, eso lo aprendiste de un anuncio antes de que el Cid ascendiese a cabo ¿eh?Me callé discretamente y seguimos observando las cabriolas que el dichoso “Hombre Invencible” realizaba con la facilidad con que uno se chupa un dedo. Mi nieto y yo nos quedamos sorprendidos por los espectaculares vuelos que, en el anuncio de televisión, daba nuestro héroe. Un gigantesco tiburón saltó fuera del agua intentando atrapar al “Hombre Invencible”. Éste, con los reflejos propios de un portero internacional, detuvo el gigantesco morro del animal con asombrosa facilidad y de un patadón en la aleta caudal lo devolvió a las profundidades marinas sin ningún tipo de miramientos. Fue la prueba definitiva.
-Abuelo. Lo quiero.Y buscándolo andaba yo en la juguetería del “Parque Comercial Universal Market” de mi barrio. Perdido en un laberinto de colores, muñecos y máquinas de las más variopintas formas y funciones. Aquello era una trampa mortal constituida por decenas de callejones sin salida. En una de mis pasadas infructuosas tras la pista del dichoso “Hombre Invencible”, logré introducirme en un pasadizo que, después de quince agónicos minutos, me devolvió al punto de partida sin haber conseguido localizar al ínclito guerrero.
Y lo que es peor, tampoco conseguí localizar el otro juguete preferido de mi nieto, el no menos horrorosamente llamativo “Tiburón Feroz”. Fue entonces cuando me invadió una duda absolutamente metódica: llegué a la conclusión de que ni el mismísimo Einstein hubiese sido capaz de salir de aquella maraña infernal.
Sólo me consolaba la visión de una interminable fila de chicos y mayores recorriendo los mismos y misteriosos senderos. Después de un largo rato perdido en aquel infierno, llegué a pensar que todo era un simple sueño dentro del castigo eterno a que estaba sometido por Lucifer a causa de mis múltiples pecados.
No obstante, yo estaba convencido de que ni Dios, ni el mismísimo Demonio tenían tanta maldad como para infligirme un castigo eterno de tal magnitud. Consolado ante de esa posibilidad y convencido de que aún estaba vivo, miré mi reloj. Apenas quedaban veinte minutos para que cerrase el local. Indudablemente, el “Hombre Invencible” y “Tiburón Feroz”, conocedores de mi persecución, se habían ocultado en el más recóndito escondrijo de la juguetería, reacios a abandonar a sus fieles amigos y compañeros.
Busqué, desesperado, la clásica tarjeta de plástico que, colgada de un bolsillo, me anunciase al vendedor de turno. Pretendía requerir su impagable ayuda en la detectivesca misión de localizar a mis enemigos, pues eso eran ya aquellos apocalípticos muñecos. Más tarde, cuando faltaban cinco minutos para cerrar el local, sólo deseaba su presencia con la vana esperanza de que me indicase el camino de salida. Un auténtico terror escénico se apoderó de mí. Ya me imaginaba solo, rodeado en la oscuridad de la noche por miles de espeluznantes y vengativos “Tiburones Feroces” que me señalarían amenazadores:-¡Ese es! ¡Ahí va el asesino! ¡Pretendía secuestrarnos y esclavizarnos!Después, cien dedos acusadores, lanzarían sus rayos luminosos sobre mi rostro. A continuación, el “Hombre Invencible” dispararía su arma letal. Mi cabeza destrozada por un “proyectil nuclear desfragmentador de largo alcance” quedaría reducida a polvo estelar. Fue entonces cuando vi el ojo acusador que, apuntando directamente a mi frente, amenazaba con aplastarme cruelmente. Su tamaño aumentaba hasta cubrir todo el techo de la tienda, su iris, negro como la noche más negra, caía sobre mí abriéndose en un insaciable túnel dispuesto a engullirme en sus tenebrosas profundidades.
Y allí, al fondo de aquel iris devorador, brilló tenuemente el objetivo de una cámara de vigilancia. Soñé despierto, señor comisario. Soñé que, al otro lado de la cámara, un agente de seguridad clavaba su mirada en esta miserable ruina humana. Soñé que el guarda agarraba con cruel sonrisa esposas y porra y se levantaba velozmente de la mesa…Compréndalo, señor comisario, mi única salvación estaba allí, en aquella estantería que, frente al objetivo de la cámara, certificaba que el robo que estaba perpetrando sería observado con todo detalle por el vigilante: mi detención estaba garantizada…¡Por fin saldría de aquel laberinto infernal!
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