CONFESIÓN

Autor: Incrédulo
El joven sacerdote, recién salido del seminario, serio, pero con entusiasmo se disponía a escuchar la primera confesión de su ministerio y el que pedía este servicio era un rico feligrés dueño de muchos inviernos, benefactor de la humilde parroquia: don Cleofás.
—Padre, me gusta que Usted sea tan joven —empezó a decir el veterano—, sin embargo, lo que le diré son pecados terribles.
—Despreocúpese, lo importante es el arrepentimiento.
—Estoy casado con doña Eustolia, la presidenta de la Sociedad Pía de esta iglesia, y al fin hallé el modo de satisfacerla —dijo con tristeza don Cleofás.
—¡Cómo? —preguntó con curiosidad el curita.
—Me fui a dormir a otro cuarto.
El sacerdote extrañado, pues no oía ningún pecado no pudo menos que preguntar para romper el silencio del viejo:
—¿Y cuáles son los pecados terribles?
—Me metí en la Ciudad de México, cuando México era todavía México, en el burdel de la señora Ivonne e hice cosas inenarrables con dos pupilas al mismo tiempo —comentó con cara de satisfacción el vejete.
—No le creo —dijo el curita al ver la facha deteriorada del anciano.
—Claro que sí, aunque, fue hace muchísimo tiempo. Cuando yo era yo. Y ahora, tenía que volver a contárselo a alguien.
2 comentarios
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Natuka Navarro
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Terencio Luque García
Natuka, gracias por tus palabras. Se habla sobre la vejez cuando sólo quedan los recuerdos. Un abrazo..