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Brunilda, la bruja blanca

Brunilda, la bruja blanca

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Ahora que se acerca la noche de brujas, pensando en mi suegra quiero contarles un pequeño relato, claro primero para ponernos en contexto les diré lo que se sabe sobre las brujas.

Hay brujas con verrugas y con arrugas. Hay brujas con gatos y gatos con bruja. Las hay que montan en escoba y las hay que viajan en avión. Las hay antiguas, modernas y hasta posmodernas. Las hay esotéricas y las hay histéricas. Hay brujas coquetas y brujas recatadas. Brujas viejas. Brujas jóvenes. Las hay con estudios y analfabetas. Las hay altas y las hay bajas.

Hay brujas pirujas y marujas. Y hay brujis que son re-cursis. Algunas usan varita. Algunas preparan pócimas. Otras prefieren lanzar hechizos. Y otras ponerse cosméticos. Las hay simpáticas y antipáticas (desde luego no me refiero específicamente a la abuela materna de mis hijos). Naturales y artificiales. Hay brujas en vaqueros. Hay brujas siempre en zapatillas. Las hay con tacones y, algunas, descalzas.

Las hay bromistas y las hay muy serias. Hay hechiceras, magas, nigrománticas. Hay adivinas y encantadoras. Las hay sanadoras o maldecidoras. Videntes y clarividentes. Groseras o educadas. De ciudad y del campo. Nacionales y extranjeras. Hay brujas en todas las culturas y razas.

Hay brujas fascinantes. Hay brujas irritantes. Hay brujas brillantes. Hay brujas, brujonas, brujillas, brujitas y brujotas. Hay brujas, muchas brujas. Lejos y cerca. Detrás y delante. Hay brujas, muchas brujas. ¿Quieres verlas? Sólo tienes que fijarte. Yo diariamente al levantarme veo una.

 

Mi amiga Brunilda es una bruja hermosa, simpática, bromista, encantadora, fascinante y no sólo por su cuerpo de diosa (parece modelo de pasarela) sino por sus amplios conocimientos sobre la magia blanca. Se dedica a practicar limpias a sus pacientes, claro, quedan limpios de dinero, pero no seamos vulgares lo importante es que sanan de sus males.

En estos días, que se recuerda a los difuntos, llegó a consultarla una pareja de casados, ella con un embarazo ya en las últimas.

—Me la han recomendado mucho, por eso venimos a visitarla —dijo la embarazada.

—Gracias, ¿en qué puedo ayudarlos? —preguntó la sanadora.

—En mi último parto sufrí muchísimo y quiero ver la posibilidad de que no tenga dolor en mi próximo parto. Ya consulté a médicos y me juran que inyectándome en la espalda no tendré dolor, ¡pero no es cierto! Sé por experiencia que ese método falla.

—Es cierto —aseveró Brunilda— la supuesta ciencia médica está en pañales. Qué bueno que vino con su esposo, yo tengo un hechizo muy caro por cierto, pero, es muy efectivo para la parturienta. Sólo que el marido debe estar de acuerdo.

—No importa el costo —presumió el marido— lo que deseamos es que sea efectivo.

— ¿En qué consiste el hechizo? —preguntó la esposa.

—Mi querida señora desde luego es un secreto profesional —contestó la bruja blanca—, yo me encargaré de prepararlo. De lo que se trata es que la madre al parir no siente dolor, sino que éste se pasa al padre. Es perfecto para la mamá y su bebé. Desde luego yo tengo que estar presente en el parto. —Brunilda se dirigió al marido y le preguntó— ¿está usted dispuesto a soportar los dolores por su esposa?

Con aire de suficiencia y de perdonavidas, el señor dijo:

— ¡Claro qué sí!, mi naturaleza es estoica y el dolor no me hace nada.

 

Tengo que comentarles que el hechizo de Brunilda fue todo un éxito, los médicos estaban asombrados de la evolución del parto, las contracciones uterinas se presentaban con regularidad cada vez más frecuentes y la dilatación del cuello uterino era cada vez mayor, hasta que en el momento final se dio a luz a un precioso bebé de casi cuatro kilos, sin ningún problema y sin presentar la paciente ninguna molestia y desde luego sin dolor.

Brunilda se sorprendió de la entereza del marido, no se quejó en ningún momento, éste soberbio y presuntuoso alardeó:

—Les dije que el dolor para mí no es ningún problema.

 

Para terminar mi historia debo comentarles algo curioso. Mientras sucedían los acontecimientos anteriores, cerca de la casa del matrimonio, iba en su bicicleta, silbando alegremente, el simpático lechero que hacía el reparto del sabroso liquido en el barrio.

De repente, el pobre hombre que se cae de la bicicleta, presa de espantosos dolores, se llevaba la mano al vientre y no sólo gritaba sino que profería verdaderos aullidos. El dolor fue tan intenso que de un infarto se quedo tieso con un rictus de dolor en su agraciado rostro.

Cosas que pasan en la vida ¿no creen?

 

 

 

 

 

 

4 comentarios

  1. Jajaja…, el lechero siempre el culpable!
    Mi querido amigo cómo me he entretenido con tu linda publicación, ya falta poco para estas celebraciones y cada país se divierte según sus costumbres.
    Gracias por compartir mi talentoso poeta-escritor.
    Un abrazo desde este Sur del como.
    Que tengas un lindo día.
    Emilia.

  2. Mi querida Emilia:
    Gracias por tu comentario. Un abrazo.

  3. Jajajaja, muy simpatico e hilarante tu aporte, en este caso el agraciado fue el lechero, en otras historias lo es el cartero, total que siempre se salva el marido, aunque cada mañana al levantarse se sobe la frente!!!

  4. Mi buen José Antonio:
    Gracias por tu visita. Un abrazo.

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