Avelino en su laberinto

—La gente piensa que nosotros por nuestra profesión siempre hablamos de religión —dijo el sacerdote jesuita, tío de Susana— y no es así. Yo, quisiera tener una conversación sincera con usted que me ha sido presentado como pretendiente de mi querida sobrina.
Avelino, joven treintañero, salaz y concupiscente, quedó sin saber que contestar y casi balbuciendo dijo:
—Usted dirá.
— Le seré franco, mi hermano, padre de Susana, es un rico industrial, aunque eso ya lo sabe, ya que ha entrado a trabajar en su empresa farmacéutica, por cierto he sabido que usted es un excelente químico. Sin embargo, dado que mi sobrina es hija única no quisiéramos que un cazador de fortunas la camele, por eso le pregunto en nombre de la familia cuáles son sus intenciones.
Avelino nunca se imaginó cuando aceptó la invitación a cenar en la navidad por parte de la hija del jefe, —ella con su cuerpo de tentación y cara de arrepentimiento, renuente a aceptar yogar libre de prejuicios y solamente pensar en conjugar el verbo amar en todas sus formas—, iba a ser sometido a un interrogatorio tipo Gestapo.
—No entiendo a que se refiere.
—Joven, usted es muy inteligente así que no se haga el sorprendido —dijo el sacerdote.
El químico, recién ascendido a jefe de laboratorio, como un relámpago se dio cuenta de la encrucijada existencial en que se encontraba: o aceptaba ser un representante de las buenas conciencias, buen marido, hijos, con su porvenir asegurado en la empresa de su futuro suegro o seguía en su vida frívola y divertida pero sin trabajo.
—Yo… —empezó a decir el buen Avelino
Ya se imaginarán que fue lo que decidió. ¿O, no?
2 comentarios
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Matilde Maisonnave
¡Excelente relato Héctor! Por supuesto que se las ingenió Avelino, para ser un triunfador
Te dejo 5 estrellas más. Un placer leerte.
Héctor
Matilde, muchas gracias por tu gentileza. Un abrazo.